Por Kamel Daoud
Artículo publicado en el New York Times el 12 de febrero de 2016. (To read it in English: http://www.nytimes.com/2016/02/14/opinion/sunday/the-sexual-misery-of-the-arab-world.html?_r=1)
Después de Tahrir (la plaza principal de El Cairo, Egipto, en donde mujeres fueron acosadas sexualmente durante la “Primavera Árabe”) vino Colonia, Alemania, en donde mujeres occidentales fueron atacadas por inmigrantes árabes en Año Nuevo.
Las revueltas árabes no han tocado las ideas, la cultura, la religión o las normas sociales, especialmente las relacionadas con el sexo. La revolución no es sinónimo de modernidad.
Una de las grandes miserias que azotan a gran parte del llamado mundo árabe y el mundo musulmán es su relación enferma con las mujeres. En algunos lugares las mujeres llevan velo, son apedreadas y asesinadas; por la mínima razón son acusadas de sembrar el desorden en la sociedad ideal. En respuesta, algunos países europeos han publicado guías de buena conducta para los refugiados y los inmigrantes.
El sexo es un tabú complejo en lugares como Argelia, Túnez, Siria o Yemen, resultado de la cultura patriarcal conservadora, los códigos, rigoristas de los islamistas y el puritanismo discreto de los diversos socialismos de la región. Todo esto representa una buena combinación para obstruir el deseo o hacer sentir culpables y marginar a quienes lo sienten. Lejos quedaron los días del delicioso libertinaje de los escritos de la época de oro musulmana, como los del jeque Nafzawi en «El jardín perfumado del deleite sensual», que abordaban abiertamente el erotismo y el Kama Sutra.
Hoy en día el sexo es una gran paradoja en muchos países del mundo árabe: Uno actúa como si no existiera, y sin embargo, determina todo lo que es tácito. Negado, pesa en la mente por su ocultamiento mismo. A pesar de que las mujeres llevan velo, están en el centro de nuestras conexiones, intercambios y preocupaciones.
Las mujeres son un tema recurrente en el discurso diario debido a lo que personifican para la virilidad, el honor y los valores familiares. En algunos países, se les permite el acceso a la esfera pública sólo si renuncian a sus cuerpos: permitirles descubrirse sería descubrir el deseo que el islamista, el conservador y los jóvenes sienten y quieren negar. Las mujeres son vistas como una fuente de desestabilización – algunos dicen que las faldas cortas provocan terremotos – y se respetan sólo cuando se les define por una relación de propiedad, como la esposa de X o la hija de Y.
Estas contradicciones crean tensiones insoportables. El deseo no tiene salida, ni resultado; la pareja deja de ser un espacio de intimidad y se convierte en una preocupación colectiva. La desdicha sexual resultante puede rayar en lo absurdo y la histeria. Aquí, también, se anhela experimentar el amor, pero se impiden los mecanismos del amor (el flirteo, los encuentros y la seducción). Las mujeres son vigiladas, hay una obsesión con su virginidad y la policía moral ronda constantemente. Algunos incluso pagan a los cirujanos para reparar hímenes rotos.
En algunas de las tierras de Allah, la guerra contra las mujeres y las parejas tiene un dejo de inquisición. Durante el verano en Argelia, brigadas de salafistas y jóvenes animados por los discursos de imanes radicales y predicadores islamistas transmitidos por televisión salieron a vigilar los cuerpos femeninos, especialmente los de las mujeres bañistas en la playa. La policía acosa a las parejas, incluso a los casados, en los espacios públicos. Los amantes no pueden pasear en los jardines y las bancas se cortan por la mitad para evitar que la gente se siente muy junta.
Uno de los resultados es que las personas fantasean con los placeres del otro mundo: ya sea de Occidente, con su despliegue de inmodestia y lujuria, o con el paraíso musulmán y sus vírgenes.
Es una elección perfectamente ilustrada por la oferta de los medios de comunicación árabes. Los teólogos están de moda en televisión, y también las cantantes y bailarinas libanesas del «Valle del Silicón», que venden la promesa de sus cuerpos imposibles y el sexo inalcanzable. La ropa también refleja dos extremos: por un lado está la burka, que cubre el cuerpo por completo; y por el otro está el moutabaraj hiyab ( «el velo que revela»): chicas que usan velo en la cabeza pero se visten con vaqueros slim-fit o pantalones ajustados. En la playa, el burqini convive con el bikini.
Los terapeutas sexuales son escasos en el mundo musulmán, y sus consejos raramente son escuchados. Así que los islamistas tienen un monopolio de facto sobre lo que se dice con respecto al cuerpo, el sexo y el amor. Con la ayuda del internet y la televisión, algunos de sus discursos han tomado formas monstruosas y se han convertido en una especie de porno-islamismo. Las autoridades religiosas han emitido fatuas grotescas, como que hacer el amor desnudo está prohibido, que las mujeres no pueden tocar los plátanos o que un hombre sólo puede estar a solas con una mujer si lo ha amamantado.
El sexo está en todos lados, especialmente después de la muerte.
Los orgasmos sólo son aceptables después del matrimonio, y están sujetos a los dictados religiosos que extinguen el deseo – o después de morir. El paraíso y sus vírgenes son un tema favorito de los predicadores, que presentan estas delicias de otro mundo como recompensa a quienes habitan en las tierras de la miseria sexual. Soñando con esas perspectivas los atacantes suicidas se rinden a una aterradora lógica surrealista: que el camino hacia el orgasmo pasa por la muerte, no por el amor.
Occidente ha encontrado consuelo en el exotismo, que exonera las diferencias. El orientalismo tiene una manera de normalizar las variaciones culturales y de excusar los abusos: Scheherazade, el harén y la danza del vientre exentaron a algunos occidentales de tomar en cuenta la difícil situación de las mujeres musulmanas. Pero hoy en día, con la afluencia de inmigrantes procedentes de Oriente Medio y África, la relación patológica que algunos países árabes tienen con las mujeres ha irrumpido en la escena en Europa.
Lo que durante mucho tiempo pareció un espectáculo de lugares lejanos ahora se siente como un choque de culturas en Occidente mismo. Las diferencias, desactivadas por la distancia y un sentido de superioridad, se han convertido en una amenaza inminente. La gente en Occidente están descubriendo, con ansiedad y miedo, que el sexo en el mundo musulmán es enfermo, y que esa enfermedad se está propagando a sus propias tierras.
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Sobre el autor: Kamel Daoud, columnista Quotidien d’Oran, es un escritor argelino autor de la novela «The Meursault Investigation» y editorialista.