Inchallah, de Anaïs Barbeau-Lavalette

inchallahUna doctora francesa trabaja en una clínica para mujeres en un campo de refugiados palestinos. A fuerza de presenciar las más terribles injusticias, acaba siendo cómplice en un atentado terrorista.

Un niño es atropellado por un tanque del régimen sionista, una familia es desplazada de sus tierras, como 4.7 millones de palestinos más. Un hijo/ hermano/esposo es condenado a 25 años de cárcel.

Para poder ver desde Palestina qué hay al otro lado, un niño golpea pacientemente una piedra hasta lograr hacer un hoyo en el muro construido por Israel.

Una mujer pierde a su hijo al verse forzada a dar a luz en un retén porque el paso al hospital estaba cerrado. Estragada por la injusticia y la barbarie, decide inmolarse, para reunirse con su hijo en el más allá.

Estos son algunos de los horrores diarios que experimenta la heroica nación palestina desde hace más de 60 años a manos del régimen sionista, que la mata de miedo con alarmante impunidad.

Miedo a no poder cruzar el punto de control, miedo a nunca más poder salir así de su prisión de facto, miedo a salir a pescar a sabiendas de que los barcos israelíes no tardarán en disparar, miedo a que un ser querido sea arrestado en mitad de la noche y acabe haciéndose viejo tras las rejas, miedo a que tu humilde vivienda sea demolida, quizá por enésima vez, miedo a ser desterrado, miedo a que los olivos que plantaron tus abuelos sean arrancados por máquinas, miedo no llegue el agua, miedo a que del cielo caiga fósforo blanco o alguna otra arma química, miedo a ser aniquilado… ese miedo que sólo se siente cuando un ser humano es privado de todo derecho y que la desesperanza convierte en rabia.

La película «Inchallah», de la directora canadiense Anaïs Barbeau-Lavalette, aborda estos y otros temas, entre ellos por qué algunos tomamos partido apasionadamente en una guerra que aparentemente «no es nuestra».

Es por ello que decidí hacer una traducción resumida de esta entrevista con la directora de Inchallah.

¿Cuál fue tu inspiración para la película?

La primera vez que visité Palestina fue cuando hice el documental «Si j’avais un chapeau». Filmé en un campo de refugiados, con niños. Fue entonces cuando tuve una especie de epifanía, una ola de inspiración real, sobre todas las ambigüedades de la situación. Una combinación de amor y odio, fascinación y confrontación. Decidí regresar para una visita más prolongada. Estudié política y árabe; hice algunos amigos. Mi estancia allí no fue fácil. Las circunstancias me sacudieron varias veces, especialmente como mujer.

En varias ocasiones la gente me preguntó qué hacía allí. Como sociedad es el polo opuesto de lo que me define: la libertad. Me percaté de que quizá esa paradoja era la que me atraía. El hecho de que este lugar que amo, lleno de gente maravillosa y de actos diarios de resistencia, está privado de la libertad que es tan esencial para los seres humanos, tanto a nivel interno (libertad de las mujeres) como externo (la ocupación). En cierto sentido, eso es lo que me atrajo. Regresé varias veces, a varias ciudades, y cuanto más regresaba, menos entendía, y más quería compenetrarme con el tema.

Empecé a escribir mi guión en Palestina, después de conocer a distintas personas. La mayoría de los personajes están inspirados en personas reales. No sé si esta película es el fin de mi encuentro con Palestina. Pero lo que sé es que llegué a un lugar distinto al contar esta historia. Ya no necesito preguntarme por qué estoy tan interesada en este lugar. La respuesta es clara para mí: necesitaba hacer esta película, contar la historia de Palestina a mi manera.

Con frecuencia se representa al mundo árabe de manera muy superficial, como si fuera una cultura monolítica. Esos «árabes» distantes nos asustan. No los entendemos y no queremos entenderlos. La naturaleza monstruosa de los atentados terroristas es exacerbada, sacada de su contexto, nunca explicada y siempre asociada con los árabes. Nos atemoriza, nos distancia y reduce el deseo de diálogo. Ese fue mi contexto al diseñar mis personajes.

Quería que nos acercara a algo que parece incomprensible de primera instancia. Sin justificar su elección, quería devolverle el rostro humano a un acto inhumano. Es perturbador, pero pienso que contribuye a un proceso de construcción de la paz y apertura a «los otros». Al menos eso es lo que espero lograr.

¿Fue intimidante presentar un panorama de Cisjordania? ¿Ayudó que la protagonista fuera un observador externo?

No me habría atrevido a hacer una película de ficción en esa región desde ningún otro punto de vista que no fuera el de una quebequense. De hecho, eso es lo que me interesa sobre la película: hasta qué punto el conflicto de alguien más puede volverse propio. Con el tiempo, el personaje de Chloé (la doctora) se vuelve un campo de batalla. Es engullida por la guerra. Ya no puede ser un simple testigo. Eso es lo que quería expresar.

En un ambiente así, nuestras barreras protectoras se derrumban. Todo lo que hace que seamos quienes somos se ve amenazado. Eso es la guerra. Puede entrar en nosotros y devastarnos. No somos inmunes a ella. De hecho muchas mujeres (estadounidenses, inglesas y hasta israelíes) están en prisión en Israel debido a acciones similares a las de Chloé. Yo no inventé nada.

En esta película ¿te mantuviste neutral? ¿O es imposible no asumir un bando?

Aunque no sea mi guerra, definitivamente es una guerra que se volvió parte de mí, me guste o no. Como cineasta, siento como si hablara sobre mi propia guerra interna. No pretendo hablar sobre el dolor de otros, de quienes viven con la guerra, o quienes piensan en ella todos los días. Pero tampoco siento que yo sea una impostora. Me topé con la guerra. Y la guerra se topó conmigo.

En general, tanto los palestinos como los israelíes que leyeron el guión les gustó. Les pareció atrevido, original y no maniqueo. Inchallah no es una película sobre el conflicto entre israelíes y palestinos. Es una película sobre una quebequense en Palestina, sobre una doctora que se ve arrastrada a lo más profundo de la guerra.  Quería hablar en primer lugar sobre lo que no nos pertenece, sobre lo que ocurre cuando nos vemos confrontados con una realidad mucho más grande que nosotros como es la guerra. Ese fue mi punto de vista, y la gente de Oriente Medio que leyó el guión lo entendió de inmediato.

Mi perspectiva sobre los israelíes y los palestinos no es política. Tan solo cuento la historia de una mujer atrapada en una situación muy dura. Quería transmitir que no estamos protegidos de nada y que cuando nos vemos confrontados con lo peor, incluso nuestros valores morales más profundos, que creíamos bien arraigados, pueden cimbrarse.

 (Fuente: http://filmmakermagazine.com/51528-five-questions-with-inchallah-director-anais-barbeau-lavalette/#.UyPO_vldWa8)

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Sobre la directora

anais

Anaïs Barbeau-Lavalette es hija de la documentarista Manon Barbeau, que trabajó con comunidades aborígenes a través Wapikoni Mobile, y el director de fotografía Philippe Lavalette, que colabora en las películas de su hija. Su abuelo fue el pintor y signatario del Rechazo Global (Refus global), Marcel Barbeau.

Estudió en el Instituto Nacional de Imagen y Sonido de Canadá. Originaria de Quebec, empezó su carrera como documentarista con «Les petits princes des bidonvilles» (2000) sobre los jóvenes hondureños que crecen en Montreal y «Si j’avais un chapeau» (2005), sobre niños en Quebec, India, Tanzania y Palestina. En 2007 incursionó en el cine de ficción con «The Ring», sobre un adolescente en el vecindario de Hochelaga, Montreal, inspirada en su propia novela Je voudrais qu’on m’efface, publicada en 2010. 

Su película «Inchallah» (2012) le valió el premio FIPRESCI del Festival Cinematográfico Internacional de Berlín. Fue nombrada artista del año 2012 por la organización de Montreal Les Artistes pour la Paix, que honra las obras de arte sobre temas de paz.

Acerca de Giselle Habibi

Autora del libro Danza Oriental en Egipto, periodista, traductora, músico, bailarina y profesora de danzas del mundo árabe.
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