La tragedia de los árabes – The Economist

(Versión original en inglés: http://www.economist.com/news/leaders/21606284-civilisation-used-lead-world-ruinsand-only-locals-can-rebuild-it)

Hace mil años, Bagdad, Damasco y El Cairo se turnaban para adelantarse al mundo occidental. El Islam y la innovación iban de la mano. Los diversos califatos árabes eran superpotencias dinámicas que servían de referencia para el aprendizaje, la tolerancia y el comercio. Sin embargo, hoy en día los árabes se encuentran en una situación lamentable. Mientras Asia, América Latina y África avanzan, Oriente Medio se ve limitado por el despotismo y convulsionado por la guerra.

Las esperanzas se dispararon hace tres años, cuando una ola de disturbios en toda la región produjo a la caída de cuatro dictadores en Túnez, Egipto, Libia y Yemen, y un deseo de cambio en otros lugares, especialmente en Siria. Pero los frutos de la primavera árabe  se ha podrido en la autocracia y la guerra, que engendran miseria y fanatismo que amenazan al resto del mundo.

¿Por qué los países árabes han fracasado tan miserablemente en crear democracia, felicidad o (exceptuando las ganancias petroleras) riqueza para sus 350 millones de habitantes? Esta es una de las grandes preguntas de nuestro tiempo. ¿Qué hace a las sociedades árabes susceptibles a regímenes viles y fanáticos empeñados en destruirlas? (y sus aliados en Occidente). Nadie sugiere que los árabes como pueblo carecen de talento o sufren de alguna antipatía patológica a la democracia. Sin embargo, para que los árabes despierten de su pesadilla, y para que el mundo se sienta seguro, mucho tiene que cambiar.

El juego de la culpa

Un problema es que los problemas de los países árabes son muy amplios. Resta poco de los países que antes eran Siria e Irak. En julio de 2014 una banda brutal de yihadistas declaró sus límites inválidos y anunció un nuevo califato islámico que incluirá a Irak y la Gran Siria (que incluye a Israel, Palestina, Líbano, Jordania y partes de Turquía) y en su debido momento, el mundo entero.

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Sus líderes tratan de matar a los no musulmanes no sólo en Oriente Medio sino también en las calles de Nueva York, Londres y París. Egipto está de nuevo bajo un régimen militar. Libia, tras la violenta expulsión de Muamar Gadafi, está a merced de milicias rebeldes. Yemen está bajo el acoso de la insurrección, las luchas internas y al-Qaeda (luego sería bombardeado por Arabia Saudita y sus aliados). Palestina está todavía lejos de consolidarse como un estado y alcanzar la paz. E incluso países como Arabia Saudita y Argelia, cuyos regímenes están protegidos por la riqueza de petróleo y gas y sostenidos por un aparato de seguridad de Estado con mano de hierro, son más frágiles de lo que parecen. Sólo Túnez, en donde iniciaron las revueltas conocidas como la «Primavera Árabe» en 2011, va camino a convertirse en una democracia real.

El Islam, o al menos las reinterpretaciones modernas del mismo, está en el centro de algunos de los mayores problemas de los árabes. La afirmación promovida por muchos de sus dirigentes de que la fe combina autoridad espiritual y terrenal sin que exista una separación entre la mezquita y el Estado ha frenado el desarrollo de instituciones políticas independientes. Una minoría militante de musulmanes busca legitimidad a través de interpretaciones cada vez más fanáticas del Corán. Otros musulmanes, amenazados por la violencia de las milicias y la guerra civil, han buscado refugio en su secta. En Irak y Siria muchos chiíes y suníes solían casarse entre sí, pero ahora se matan unos a otros. Y esta perversión violenta del Islam se ha propagado a lugares tan distantes como el norte de Nigeria y el norte de Inglaterra.

Sin embargo el extremismo religioso es un conducto para la miseria, no su causa fundamental. Mientras que democracias islámicas en otros lugares como Indonesia tienen un buen desempeño, en el mundo árabe la estructura misma del Estado es débil. Pocos países árabes han sido naciones por mucho tiempo. El dominio del Imperio Otomano fue reemplazado después de la primera guerra mundial por la humillación británica y francesa. En gran parte del mundo árabe las potencias coloniales continuaron controlando o influyendo en los acontecimientos hasta la década de 1960. Los países árabes no han tenido éxito en fomentar los requisitos institucionales previos a la democracia: el dar y recibir del discurso parlamentario, la protección de las minorías, la emancipación de la mujer y una prensa libre, así como tribunales, universidades y sindicatos independientes.

A la ausencia de un estado liberal se suma la ausencia de una economía liberal. Después de la independencia, la ortodoxia predominante era la planificación central, a menudo inspirada en el modelo soviético. Al estar en contra del mercado y el comercio y a favor de la subvención y la regulación, los gobiernos árabes estrangularon a sus economías. El estado tiró de las palancas del poder, especialmente económicas, especialmente en donde había petróleo. En donde se levantaron las restricciones del socialismo post-colonial, se afianzó el capitalismo de compadrazgos, como ocurrió en los últimos años del gobierno de Hosni Mubarak de Egipto. La privatización fue para los amigos del gobierno. Prácticamente no hubo mercados libres y casi no surgieron empresas de clase mundial, y los árabes que querían sobresalir en los negocios o los estudios tuvieron que ir a Estados Unidos o Europa para conseguirlo.

El estancamiento económico ha generado insatisfacción. Monarcas y presidentes vitalicios se defendieron con la ayuda de la policía y matones secretos. La mezquita se convirtió en una fuente de servicios públicos y uno de los pocos lugares donde la gente podía reunirse y escuchar discursos. El Islam se radicalizó y los hombres enojados que despreciaban a sus gobernantes llegaron a odiar también a los estados occidentales que los apoyaban. Mientras tanto, creció el descontento entre los jóvenes por el desempleo. Gracias a los medios electrónicos, tomaron cada vez más conciencia de que las perspectivas de los jóvenes fuera de Medio Oriente eran mucho más esperanzadoras. Así que no es de sorprender que hayan salido a las calles en la primavera árabe, lo que sorprende es por qué no lo hicieron antes.

Estos problemas no se pueden corregir rápida o fácilmente. Los extranjeros, que a menudo han sido atraídos a la región como invasores y ocupantes, no pueden simplemente acabar con la causa yihadista o imponer la prosperidad y la democracia. Eso, por lo menos, debería quedar claro tras la desastrosa invasión y ocupación de Irak en 2003. El apoyo militar -el suministro de aviones no tripulados y de un pequeño número de fuerzas especiales- puede ayudar a mantener a los yihadistas en Irak bajo control. Esa ayuda podría tener que ser permanente. Y aunque es improbable que el nuevo califato se convierta en un estado reconocible, podría producir durante muchos años yihadistas capaces de exportar el terrorismo.

Pero sólo los árabes pueden revertir el declive de su civilización, y en este momento hay pocas esperanzas de que eso ocurra. Los extremistas no ofrecen ninguna solución. El lema de los monarcas y los militares es «estabilidad». En un tiempo de caos, su atractivo es comprensible, pero la represión y el estancamiento no son la solución. No funcionaron antes; de hecho son parte de la raíz del problema. Aunque la primavera árabe haya terminado por el momento, las poderosas fuerzas que llevaro al surgimiento de este movimiento continúan presentes. Las redes sociales que coadyuvaron a la revolución en las actitudes no pueden «desinventarse». Los hombres en sus palacios y sus aliados occidentales necesitan entender que la estabilidad requiere una reforma.

¿Es una esperanza vana? Hoy el panorama es sangriento. Pero en última instancia, los fanáticos se devoran a sí mismos. Mientras tanto, siempre que sea posible, los moderados suníes que constituyen la mayoría de los musulmanes árabes tienen que hacer oír su voz. Y cuando llegue el momento, tienen que recordar los valores que una vez hicieron grande al mundo árabe. La educación sustentó su primacía en la medicina, las matemáticas, la arquitectura y la astronomía. El comercio pagó sus fabulosas metrópolis y sus especias y sedas. Y, en su mejor momento, el mundo árabe fue un refugio cosmopolita para judíos, cristianos y musulmanes de muchas sectas, donde la tolerancia fomentaba la creatividad y la invención.

El pluralismo, la educación y la apertura de los mercados fueron alguna vez valores árabes y podrían volver a serlo. Hoy en día, mientras suníes y chiíes se matan entre sí en Irak y Siria y ex generales recuperan su trono en Egipto, esta es una perspectiva trágicamente distante. Pero para un pueblo que ha pasado por tanto, estos valores siguen constituyendo una visión de un futuro mejor.

 

Acerca de Giselle Habibi

Autora del libro Danza Oriental en Egipto, periodista, traductora, músico, bailarina y profesora de danzas del mundo árabe.
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