La yihad islámica: mitos y realidades

A raíz de los atentados terroristas del 11 de septiembre del 2001 surgieron incontables explicaciones sobre estos sucesos que dejaron al mundo entero perplejo.

Después de leer una infinidad de artículos, libros, reportajes, de hablar con árabes, estadounidenses y estudiar el Islam con mayor profundidad, he aquí una serie de argumentos de ambos lados y conceptos que, considero, nos ayudan a entender por qué esta religión ha sido utilizada a lo largo de los años para justificar lo injustificable.

Contrario a lo que se cree, Yihad no es sinónimo de guerra en nombre del Islam. El concepto de Yihad abarca una serie de planos, uno de los cuales es el espiritual. En ese plano, su significado es una lucha interna para mejorarnos como seres humanos.

En el plano social, el Islam sólo permite la yihad que recurre a la violencia como último recurso, para defender los derechos, la fe, el territorio o la integridad misma de los musulmanes. De acuerdo con el libro «Yihad», de Gilles Kepel: «La jurisprudencia islámica distingue la yihad defensiva de la yihad ofensiva.

La primera se proclama cuando el territorio de la Ummah o comunidad de musulmanes es atacado por infieles y se ve amenazada la propia continuidad de la existencia del Islam. Por esta razón, los ulemas consideran que… todos los musulmanes deben participar en la yihad, con las armas o contribuyendo a la causa de cualquier otra forma que se considere apropiada (donativos, caridad, oración, etc.)

En cambio, cuando se proclama la yihad para atacar el territorio de impíos, conquistar y someter a sus habitantes a la ley del Islam es una obligación colectiva, cuya responsabilidad sólo incumbe al que dirige la guerra y sus hombres, sin que el conjunto de los musulmanes esté obligado a implicarse en ella.

El término de Yihad ha sido utilizado por grupos «islámicos» radicales para incitar a sus seguidores a arremeter contra una serie de enemigos, ya sea por disputas territoriales (como Palestina contra Israel), por invasiones (como Irak y Afganistán contra Estados Unidos), o hasta contra musulmanes mismos que no siguen los preceptos islámicos conforme a sus propias interpretaciones (como en Argelia) o por grupos radicales que buscan implantar un estado islámico ortodoxo (como en
Sudán, Egipto o Nigeria).

Asimismo, existen luchas sectarias en países como Irak, en donde hay atentados suicidas en mezquitas, mercados, calles y lugares públicos de chiítas contra sunitas y viceversa. En Siria, la represión de manifestaciones pacíficas por el gobierno del presidente Bashar al Assad (de la secta alauí chiíta y respaldado por el movimiento Hezbollah de Líbano) dio lugar a una guerra civil. El actual dirigente de al Qaeda, Ayman al Zawahiri, ha pedido a sunitas que se unan al conflicto y luchen en el bando rebelde para implantar un gobierno islámico en el país.

EL PROBLEMA SURGE CUANDO LA RELIGIÓN SE UTILIZA CON FINES POLÍTICOS. Como dice Bilal Sambur en el artículo «La gran transformación del Islam como ideología política» publicado en el número 32 de la revista Vanguardia Dossier: «El islam como ideología política no atribuye un valor nuclear a la persona humana, construye la sociedad, el Estado y la política de modo despótico, a continuación justifica su construcción a través del Islam y, por último, alumbra una militancia política y social». La pregunta es ¿cómo llevan a cabo su labor de persuasión?

Organizaciones islámicas han dado en varios países soluciones a problemas sociales que el Estado no ha podido resolver, como en el caso de Afganistán y Pakistán, en donde las escuelas islámicas fundamentalistas daban a las familias de refugiados o escasos recursos la oportunidad de educar y alimentar a sus hijos. En ese caso de extrema necesidad, es natural sentir gratitud y afinidad por quienes te adiestran desde una tierna edad. De estas «madrasas» (escuelas religiosas) surgieron los Talibán de Afganistán, que la corresponsal de CNN Christiane Amanpour ha reportado que secuestran a niños para lavarles el cerebro y convertirlos en yihadistas.

En otros países organizaciones caritativas islámicas (financiadas por Irán o indirectamente por las monarquías ricas del Golfo) reparten ayuda entre la empobrecida población a la vez que hacen labor de proselitismo radical, como los Hermanos Musulmanes de Egipto. Lo preocupante es que el alcance de las ideas del fundamentalismo islámico está llegando a las aulas mismas a través de la educación, engendrando con ello generaciones enteras de radicales que sueñan con la utopía de vivir en un estado islámico perfecto y crecen odiando a los “infieles” (que para algunos son todos excepto los de las religiones “de libro” –judíos y cristianos – y para otros son todos menos los musulmanes) Para los más radicales, incluso los musulmanes que no entienden el Islam conforme a su propia idea de la religión merecen morir. Como ejemplo, los ataques del grupo miliciano «islámico» Boko Haram en Nigeria, dirigido por Abubakar Shekau, que suele atacar a diversos objetivos, entre ellos mezquitas cuyos clérigos se pronuncian en contra del extremismo religioso.

Como dijo Ezra Shabot en su editorial del 23 de septiembre del 2006 en Reforma, el éxito de los movimientos radicales islámicos en Oriente Medio podría deberse a que «estados explotadores y dictatoriales no fueron cuestionados por movimientos democratizadores o impulsores de políticas liberales, sino por grupos extremistas dispuestos a vender la idea de la pureza ideológica y la verdad auténtica frente a cualquier cuestionamiento proveniente de dentro o fuera de la sociedad musulmana» máxime porque «el colonialismo europeo y el imperialismo norteamericano cerraron durante largo tiempo toda posibilidad de un desarrollo moderno del Islam dentro de los estados nacionales árabes y musulmanes».

Otra de las necesidades que el Estado con frecuencia no logra cubrir es la seguridad. Muchos caldos de cultivo de yihadistas se encuentran en áreas sin ley ni gobierno en el que el poder es directamente proporcional a la cantidad de armas que se posee, y la gente, rodeada de una crudeza de vida lacerante, acaba acogiéndose a la protección de estos grupos.

¿Recompensa en el más allá o justicia?

El libro sagrado del Islam, el Corán, promete a quienes mueran en su nombre la entrada directa al paraíso. Algunas de las suras que se utilizan para convencer a jóvenes de unirse al a yihad tienen varias interpretaciones que no son necesariamente violentas. No obstante, pueden prestarse a interpretaciones erróneas si no se conoce el contexto en que fueron reveladas.

Pese a que los occidentales nos parecería difícil de creer que alguien pudiera optar por sacrificar su vida con la esperanza de una recompensa en la muerte, hay que considerar que muchos de estos combatientes viven en sociedades en las que, en vida misma, tienen pocas oportunidades y viven con el resentimiento de haber perdido familiares, seres queridos, sus casas y pocas pertenencias a manos de invasores y agresores, como Estados Unidos, el Reino Unido e Israel.

Esa «vocación por el suicidio» como diría un amigo argentino, viene de la esperanza de ocupar el grado máximo de los 7 que hay en el paraíso (al-Firdaus) como recompensa a su sacrificio. Aunque esto podría sonar contradictorio en términos religiosos; en el Islam, el suicidio es «haram», lo que lo vuelve no pecado es morir como «mártires» por un fin superior: defender al Islam.

Por otro lado las familias de estos mártires — cuya hazaña se recuerda con frecuencia en los rezos de los viernes y en carteles en las calles — usualmente reciben apoyos económicos tras su muerte, además del «honor» concomitante. Para entender este fenómeno es recomendable ver la película «Paradise Now».

Sin embargo, a una gran parte de los combatientes islámicos quizá los mueva la sed de justicia, el deseo de librar a otros musulmanes de sufrimientos como los narrados en el libro «Crónicas de Iraq» de Imán Ahmad Jamás sobre los horrores cometidos durante la invasión estadounidense.

De acuerdo con una investigación del canal británico de TV Channel 4 basada en la información sobre la guerra en Irak filtrada por Wikileaks en octubre de 2010, en los 6 años transcurridos desde la invasión de EEUU a Irak 109,000 iraquíes fueron asesinados por el ejército de Estados Unidos, de los cuales 66,000 eran CIVILES NO ARMADOS! Además, 176.000 personas resultaron heridas. Este es el video: http://youtu.be/METSuKyY-t4

Un amigo musulmán que lleva varios años viviendo en Occidente me dijo:
«Los estadounidenses lloraron por haber sufrido la guerra en su tierra el 11 de septiembre por unas cuantas horas. ¿Qué crees tú que sienten entonces los árabes que llevan años sufriendo por las intervenciones directas o indirectas
de Estados Unidos?»

En un intercambio de mensajes con un joven musulmán anónimo que vive en el Reino Unido, un musulmán converso le preguntó qué parte de la religión islámica lo había llevado a la conclusión de que el combate armado y la vía radical eran prescritos por Allah. En su respuesta, citó esta aleya del Corán:

«¿Por qué no queréis combatir por Dios y por los oprimidos – hombres, mujeres y niños – que dicen: «Señor, sácanos de esta ciudad de impíos habitantes. Danos un amigo designado por Tí. Danos un auxiliar designado por ti».
-Sura de las mujeres (4):75.

Ya lo dijo un informe de septiembre del 2006 del propio director de Inteligencia Nacional de Estados Unidos «El conflicto en Irak se ha convertido en causa célebre para los yihadistas, al engendrar un fuerte resentimiento por el involucramiento de Estados Unidos en el mundo musulmán y ha cultivado partidarios del movimiento yihadista mundial.

Los experimentos intervencionistas de Estados Unidos siempre han traído consecuencias desastrosas. Para ejemplo, Latinoamérica misma. Como lo explica John Perkins, autor de «La historia secreta del imperio estadounidense»: el proceso de formación del imperio occidental se ha llevado a cabo mediante la explotación de otros países.

La «corporaciocracia» dirige la geopolítica mundial. Ellos financian las campañas políticas, los medios de comunicación y no reportan a nadie. Cuando los «matones económicos» no logran corromper e influir sobre los gobiernos, los «chacales» entran en acción, y si ellos fallan, entonces interviene el ejército.

Como «matón económico», el trabajo de John era convencer a los países del tercer mundo para que aceptaran enormes préstamos para desarrollo de infraestructura, préstamos que eran mucho mayores que lo necesario, y garantizar que los contratos de proyectos de desarrollo fueran asignados a empresas estadounidenses como Halliburton y Bechtel.

Una vez que estos países estaban muy endeudados, el gobierno de EEUU y las agencias internacionales de ayuda aliadas con Estados Unidos lograron controlar estas economías y asegurarse de que su petróleo y recursos fueran canalizados para servir a la causa de construir un imperio mundial.

En el caso de Irak, no hay que olvidar que fue Estados Unidos quien dio su apoyo a Sadam Hussein en Irak tanto para llegar al poder como para hacerle la guerra a Irán, el único país que había logrado establecer una república islámica, modelo que EEUU temía que se propagara a más países del Oriente Medio.

(Por cierto que en Irán la revolución islámica derrotó a otro engendro estadounidense: el shah, a quien los gobiernos de EEUU y el Reino Unido apoyaron para sacar del poder a M. Mosaddeq después de que se le ocurrió nacionalizar la industria petrolera iraní).

Al principio, el «cooperador» Hussein era su aliado, pero su megalomanía y la injusticia con la que trataba al pueblo que gobernaba (construía palacios de oro mientras el 80% de la población vivía en la represión y la extrema pobreza) hicieron necesario que Estados Unidos interviniera de nuevo para retirar a su «Frankenstein» y de paso recuperar el control de sus valiosos recursos petroleros arguyendo la posible existencia de un programa iraquí para desarrollar armas nucleares, amenaza que naturalmente nunca fue comprobada tras la invasión.

Y lo que es peor, la ocupación estadounidense no apaciguó las cosas en Irak. Por el contrario, la violencia sectaria creció a niveles nunca antes vistos, por tres factores principalmente: 1. las rencillas pendientes resultado de la represión extrema sufrida por los iraquíes durante la dictadura (que sembró desconfianza entre amigos y familias mismas); 2. los rencores de quienes perdieron seres queridos o resultaron heridos durante la guerra en el fuego cruzado o como resultado de los ataques y sanciones económicas y 3. la división del pueblo iraquí causada por la intervención estadounidense entre quienes se sintieron aliviados por haber sido liberados del tirano Hussein y los que sintieron que su nación fue invadida, según relata la corresponsal noruega de guerra Asne Seierstad en su libro «101 días en Bagdad».

Lo mismo ocurrió en Pakistán con el grupo proscrito Lashkar-e-Taiba, que en urdu significa «Ejército de los Puros» surgió de las guerrillas musulmanas respaldadas por Pakistán y Estados Unidos contra la ocupación soviética en Afganistán en los años ochenta.

Dice Walter Laqueur, director del centro de estudios internacionales y estratégicos de Washington en el artículo «El islamismo en los asuntos mundiales» publicado en la revista Vanguardia Dossier de enero/marzo 2010: «En un principio buena parte de la financiación de los elementos radicales procedió de Arabia Saudí, pero cuando el Gobierno saudí advirtió que los radicales optaban por volverse contra el enemigo más próximo se volvió más selectivo. En la actualidad buena parte del apoyo proviene de Irán, pero también de actividades que guardan escasa relación con el Islam, como el chantaje y el cultivo y tráfico de drogas».

Afganistán y Osama bin Laden

En Afganistán fue el mismo Estados Unidos (la CIA para ser más específicos) el que reclutó a yihadistas en Afganistán para luchar con la ex Unión Soviética. Su motivación se basaba en las propuestas del filósofo Leo Strauss, que decía que era necesario crear mitos simples que unificaran al pueblo en torno a una idea común, en este caso: «luchar contra el enemigo del comunismo, enarbolado por la Unión Soviética y convertir a Estados Unidos en los defensores del bien en todo el mundo».

Por su parte, los yihadistas combatían en el bando de Estados Unidos porque creían que tenían la obligación islámica de ayudar a Afganistán a librar su tierra del enemigo soviético invasor. Abdullah Azzam, miembro de la Hermandad Musulmana, era quien organizaba a los combatientes voluntarios árabes para combatir en Afganistán.

Azzam quería que el Islam tuviera un rol político en el gobierno de las sociedades musulmanas. Creía que cuando los muyahidines regresaran a sus países persuadirían a la gente para que rechazaran los gobiernos corruptos autocráticos que dominaban el Oriente Medio.

Fue ahí donde surgió Osama bin Laden. En 1985 viajó a Afganistán para participar y financiar la lucha en Afganistán. Junto con él vinieron otros combatientes expulsados de las prisiones del mundo árabe que tenían una visión mucho más radical. Uno de los más poderosos de estos recién llegados era Ayman Al Zawawhiri, líder de la facción radical egipcia llamada Yihad Islámica que estaba convencido de que ellos, y no los moderados, eran los verdaderos islamistas.

Tras la retirada de la Unión Soviética de Afganistán tanto Estados Unidos como los yihadistas creyeron que ellos habían prevalecido, y que, por ende, su poder les permitiría transformar el mundo, porque ellos eran los poseedores de “la verdad”.

Para 1996 bin Laden y Zawahiri regresaron a Afganistán tras el fracaso de su yihad
para derrocar a los gobiernos corruptos y totalitaristas en el mundo árabe. El propio Zawahiri analizó en un libro: «Knights under the prophet’s banner» (Caballeros bajo el estandarte del profeta) el fracaso de su campaña. Creían que el pueblo árabe no había despertado a «la verdad» porque estaba corrompida por las ideas de occidente, así que pensaron que la solución era atacar a la «raíz del mal».

Como la violencia en los países árabes tuvo el efecto contrario al deseado, es decir, alejó a la población del islamismo radical en lugar de acercarla a él, la nueva estrategia buscaba impresionar a los musulmanes con ataques espectaculares contra occidente. Fue así como en 1998 organizaron atentados con bomba en las embajadas estadounidenses en Kenia y Tanzania.

Osama bin Laden, aparentemente asqueado por la intervención estadounidense en Arabia Saudita — que solicitó la ayuda de las tropas americanas para defender sus fronteras — decidió en 1996 emprender una campaña para librar a los santos lugares del Islam de la presencia de infieles. Con los años fue creciendo como ideólogo hasta crear el Frente Islámico Internacional contra los Judíos y los Cruzados, cuya carta fundadora contenía una fatua (pronunciamiento legal realizado por un clérigo islámico) que estipulaba que «todo musulmán que esté en condiciones de hacerlo tiene el deber personal de matar a los americanos, y a sus aliados, civiles y militares, en cualquier país donde sea posible.

Fue en este marco que tuvieron lugar los atentados del 11 de septiembre en Nueva York, que contribuyeron al retorno de los «neoconservadores» al poder en Estados Unidos, porque les dieron la «amenaza» perfecta para atemorizar y controlar a la sociedad: el mundo islámico radical.

Sin embargo, en una entrevista con el diario pakistaní Ummat de septiembre de 2001, Osama negó estar detrás de los atentados del 11 de septiembre y apuntó a los posibles culpables, DENTRO de Estados Unidos. En todo caso la promesa de proteger a la población de este peligro restauró el poder de la clase política, además de tener la ventaja agregada de obligar a la población a ceder en materia de derechos de privacidad en aras de la seguridad de la patria.

Este documental de la BBC de Londres explica más sobre el tema: http://youtu.be/hZ478KAWyi8

Monstruo de mil cabezas

El verdadero peligro ahora es que esta controvertida Yihad se ha convertido en una especie de movimiento revolucionario mundial sin cabeza o, más bien, con mil cabezas. Ya no basta con apuntar el dedo hacia la intifiada, Hizbollah en Líbano o hacia bin Laden, a quien Estados Unidos declaró muerto el domingo 1 de mayo de 2011 en una operación militar.

Es curioso, por cierto, que bin Laden fuera usado recurrentemente por los políticos estadounidenses en época electoral: Con Obama políticamente muerto por el descontento popular, sólo una noticia como la muerte del «enemigo número 1 de Estados Unidos» podía resucitarlo. Dicen que tiraron su cuerpo al Mar Árabigo porque ningún gobierno quiso encargarse de él. Dos días después al Qaeda confirmó la muerte de bin Laden en páginas yihadistas y amenazó con vengarlo.

Desde mucho antes de que bin Laden fuera capturado, el Internet y las comunicaciones modernas habían permitido que se transmitieran online decapitaciones de rehenes inocentes. La era digital no ha hecho más que servir de púlpito para que telepredicadores expongan sus ideas radicales, inflamando los ánimos de musulmanes resentidos o idealistas (según sea el caso) en todo el mundo, como los videos de Zawahiri producidos por al-Sahab, o las prédicas de extremistas como Muhammad al Masari, Omar Bakri o Abu Masab al Suri.

Esto significa que aún con Osama muerto, la amenaza persiste.

Dice James Cockayne, miembro del International Peace Institute de Nueva York en
el artículo «¿Puede Estados Unidos construir un nuevo orden mundial?» publicado en la revista Vanguardia Dossier de enero/marzo 2010:

«Los ideólogos y revolucionarios de Caracas a Kabul han descubierto que la globalización les permite conectar las disputas locales a una red de protesta trasnacional contra el liderazgo, las políticas y las instituciones patrocinadas por Estados Unidos – incluyendo las Naciones Unidas. Han aprendido de la globalización la forma de abastecerse de financiación, armas y soldados del extranjero; de organizar unidades locales en sindicatos globales e incluso crear franquicias locales: Al Qaeda en Mesopotamia, Al Qaeda en el Magreb. Aprovechan al máximo los recursos de un profundo pozo de resistencia surgido de los trastornos que la globalización y los desplazamientos demográficos han acarreado a sociedades tradicionales, trastorno que no hará más que exacerbarse por el cambio climático, los movimientos de población resultantes y la escasez de recursos durante este siglo».

Un imán inglés converso radicado en México al que entrevisté hace algunos años me explicó que es estrictamente necesario tomar en cuenta tanto el momento histórico en el que el profeta recibió estas revelaciones (como, por ejemplo, cuando los autorizaba a combatir a los idólatras que buscaban regresar a la época previa a la llegada del Islam) como el hecho de que en muchos casos le fueron reveladas para que los musulmanes pudieran defenderse tras años de hostigamiento y persecuciones sufridas en los primeros tiempos.

«Se os ha prescrito combatir (contra los no creyentes), aunque os sea odioso, pero puede que os disguste algo que sea un bien para vosotros y que améis algo que es un mal. Allah sabe y vosotros no sabéis».
-Sura de las mujeres (4):90.

Claro que el uso de la violencia no es autorizado indiscriminadamente, como lo demuestra la sura de las mujeres (4):89:

«Y si se retiran y no os combaten, y os ofrecen la paz, Allah no os da ningún medio de ir contra ellos».

Fin de los tiempos

Según el libro «Islam Espíritu y Forma» de Osman Nuri Tobas, hay ciertos signos que servirán a los musulmanes a reconocer los últimos tiempos. Algunas de ellas son:

1) El estudio y el conocimiento disminuirán mientras la ignorancia aumentará. La consumición del alcohol y la fornicación se hará abiertamente.
2) Los asesinatos por cualquier razón e incluso sin ninguna razón aumentarán.
3) El engaño y la corrupción aumentarán y todos se estarán quejado de estos
males.
4) Aumentará la rebelión contra los padres y obediencia a las demandas de las mujeres.
5) El respeto y la compasión entre la gente disminuirá considerablemente y nadie seguirá las advertencias.
6) La migración hacia las ciudades aumentará y se harán edificios altos. Gente incompetente y malvada será respetada y ostentará poder y la autoridad…

Quizá esta sea una de las razones del aumento en el radicalismo islámico, ya que varias de estas señales caracterizan el espíritu mundial de inicios del siglo XXI.

Es aquí donde entra el argumento estadounidense, que dada la gran amenaza que los musulmanes radicales representan tienen el derecho de invadir, hacer la guerra, matar y pasar por encima de los derechos de otros en su combate al terrorismo.

Para muestra basta un botón: las bombas racimo utilizadas en la guerra en Irak que, prohibidas por la convención de Ginebra por su poder letal, hirieron, mataron e incapacitaron a miles de civiles inocentes, atizando con ello el resentimiento hacia Estados Unidos y Occidente.

Otro ejemplo: el centro de detención en Guantánamo, Cuba, en donde más de 400 personas se encuentran detenidas con pocas o nulas pruebas de su relación con terroristas o extremistas. En el mejor de los casos estos prisioneros son juzgados por tribunales militares en donde la parte acusadora, hace también las veces de defensa.

Algunos estadounidenses argumentarán que nada menos que el propio Tribunal Supremo de Estados Unidos declaró a esos tribunales ilegales, y es ahí en donde esgriman toda su teoría de que la democracia es la panacea para todos y que su sistema de gobierno, en el que las instituciones son fuertes y respetadas en su papel de reguladoras, es el único modelo válido que todo el mundo «civilizado» debe seguir, en el que la fe y el estado están claramente divididos.

Dicen los estadounidenses que están claramente divididos y para hacer una declaración juran por Dios que dirán la verdad, sus billetes llevan la leyenda «In God we trust»; todos sus presidentes han sido cristianos y las referencias religiosas forman parte de las campañas presidenciales.

El problema es que aunque legalmente Estados Unidos es un país laico, según el libro de Kevin Phillips «American Theocray: The Peril and Politics of Radical Religion, Oil and Borrowed Money in the 21st. Century» en Estados Unidos la religión cristiana está peligrosamente mezclada con su política exterior, afirmación confirmada por la propia ex secretaria de Estado de EEUU, Madeleine Albright en su libro «The Mighty and the Almighty».

Y el mismo Bush dijo en más de una ocasión que él sentía que Dios le había dicho que acabara con la tiranía en Iraq.

El ex canciller alemán Gerhard Schroeder escribió en sus memorias: «Criticamos, con razón, que en la mayoría de los estados islámicos el papel de la religión para la sociedad y el carácter del estado de derecho no están claramente separados; pero no reconocemos que en Estados Unidos, los cristianos fundamentalistas y su interpretación de la Biblia presentan tendencias similares.

«La invasión fue una oportunidad para los misionarios religiosos», declaró Kyle Fisk, administrador ejecutivo de la Asociación Nacional de Evangélicos en Estados Unidos. «Irak se convertirá en un centro para predicar el evangelio a Irán, Libia y todo el Oriente Medio», según American Theocracy. ¿Es entonces cierto que el radicalismo religioso es unilateral? Pareciera ser que la invasión estadounidense en Irak tuvo también un elemento religioso.

He oído a más de un estadounidense decir que, en las sociedades islámicas, la gente no tiene derecho a elegir entre lo que quiere y no quiere hacer, sino que se les imponen una serie de normas. Lo único que puedo decir es que la libertad de los individuos es un argumento poderoso difícil de debatir, un valor tan fundamental para nosotros los occidentales como para los musulmanes es la palabra de Allah, que por ser de origen divino no es perfectible ni puede someterse a debate, dicen.

El problema con intentar regir las sociedades con leyes divinas es que por provenir de Dios, «es imposible recurrir a la fuente original» para resolver dudas y discrepancias en cuanto a su interpretación y aplicación, diría un amigo estadounidense con el que debatí temas religiosos por varios años.

Y un problema todavía mayor es que la práctica dista mucho de la teoría en más de un país islámico, muchas veces porque la cultura y tradiciones locales se mezclan con la religión.

Los árabes son apasionados por naturaleza, más aún cuando se trata de defender la palabra de Dios. Ha habido quienes han propuesto una interpretación moderna del Islam y sus leyes, como Nasr abu Zeid, profesor de la facultad de letras de la Universidad de El Cairo, que tuvo que refugiarse en los Países Bajos por la virulencia que sus ideas desencadenaron entre los fundamentalistas.

Y es que él decía que cuando Allah reveló su palabra al profeta Mahoma se dirigía a una sociedad del siglo VII, por lo que era necesario «actualizar» o incluso descartar muchos de esos preceptos.

Ha habido muchos otros que han sido atacados y asesinados por los fundamentalistas arguyendo «apostatía» por sus menciones directas o indirectas sobre el Islam en novelas, como los escritores Naguib Mahfuz y Salman Rushdie, o por sus documentales sobre el tema, como el cineasta holandés Theo van Gogh.

Conclusión

Los cristianos estadounidenses radicales ansían tanto la batalla de Armageddon (del bien contra el eje del mal) como los islamistas radicales sueñan con derrotar al Gran Satán y restaurar el bien. Igualmente, la ley del talión, ojo por ojo y diente por diente, es tanto bíblica como coránica:

Sura de la mesa servida (5): 45

«Les hemos prescrito en ella: Vida por vida, ojo por ojo, nariz por nariz, oreja por oreja, diente por diente y la ley del talión por las heridas. Y si uno renuncia a ello, le servirá de expiación. Quienes no decidan según lo que Allah ha revelado, esos son los impíos.

Éxodo (21): 23-24:

«Más si hubiere muerte, entonces pagarás vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe».

Sin embargo, el fuego no se combate con fuego y la violencia sólo puede generar más violencia. ¿Quién debe parar primero? Para los árabes es una cuestión de honor, para los estadounidenses, un tema de seguridad de la patria y para las nuevas generaciones, quizá un odio heredado. Ojo por ojo y diente por diente y todos acabaríamos ciegos y chimuelos, diría Gandhi.

La verdadera víctima de todo este maelstrom es el Islam mismo, por el desprestigio sufrido, y los miles de civiles inocentes que murieron no sólo en los atentados terroristas del 11 de septiembre, sino también en Sudán, Israel, Madrid, Londres, Marruecos, Afganistán, Líbano y lo que es peor, como resultado de la violencia confesional entre sunitas y chiítas en países como Irak y los ataques de islamistas radicales en varios países africanos contra musulmanes.

No podemos calificar de terroristas a los 1,400 millones de musulmanes sólo por las acciones de unos cuantos radicales, de la misma forma que no podemos juzgar todas las acciones de Estados Unidos sólo por los atropellos cometidos por algunos de los miembros de sus tropas y por las reprobables decisiones de sus gobernantes – como en la prisión de
Abu Ghraib por citar un ejemplo. Además de que un creciente porcentaje de los estadounidenses consideran que la guerra en Irak fue un error y se oponen a que su país emprenda nuevas operaciones bélicas.

La motivación que mueve a ambos bandos (hablo de los líderes, no de las bases) sólo ellos la conocen, y a Dios corresponderá juzgarla. Ellos solos cosecharán el karma sembrado no solo a nivel personal sino como sociedad. Esa es mi perspectiva personal: budista. El mal se devora a sí mismo.

Quizá los yihadistas sólo busquen hacer cumplir la palabra de Dios mediante el establecimiento de un Estado islámico, quizá los mueva la sed de poder o, peor aún, de venganza por los atropellos e intervenciones en sus sociedades de sus principales enemigos (EEUU y sus aliados: Israel (o más bien, sionistas), Inglaterra y los países que enviaron tropas en los distintos conflictos en la región).

O quizá no sean más que un puñado de retrógradas que quieren seguir viviendo como en el siglo VII, como me dijo una vez un amigo estadounidense. Lo cierto es que las acciones violentas de las organizaciones terroristas que se hacen llamar islámicas y se decantan por la vía radical son tan condenables y su discurso tan excluyente (pareciera que su única propuesta es luchar indiscriminadamente contra el «satán» de occidente enarbolado por Estados Unidos), que sinceramente son de temer, y el deseo de ponerles un alto es más que comprensible.

Alejadas del significado original de Islam (sumisión) las organizaciones que usan a esta religión o cualquier otra como excusa para perpetrar actos terroristas no son más que criminales que deben ser perseguidos y condenados sin dobleces.

Al mismo tiempo, tal vez a Estados Unidos lo mueva el deseo de «pacificar la zona y propagar la democracia»… o a lo mejor sólo busca garantizarse sus suministros petroleros controlando la región y utilizando la vieja estrategia de divide y vencerás para a la larga establecer el tan deseado nuevo orden mundial propuesto por los Illuminati, dirían los afectos a las teorías de la conspiración.

Lo cierto es que ya desde la época del general Pike se sabía que la tercera guerra mundial iba a ser entre el sionismo y el Islam, atizada por representantes infiltrados de los Illuminati en ambos bandos («Después de Ángeles y Demonios)

Además de que la guerra siempre ha sido un excelente negocio (venta de armas, suministros militares, aviones y tanques, equipo de seguridad, etc.) y, cuando hay guerra, los precios del crudo suben porque los inversionistas temen se produzca una escasez de suministro y sobra decir que las primeras favorecidas son las empresa petroleras.

Ya lo dijo Alan Greenspan, ex presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos en su libro «The Age of Turbulence: Adventures in a New World»: «Me entristece que sea políticamente inconveniente reconocer lo que todo el mundo sabe: la guerra en Irak es principalmente por el petróleo… Independientemente de la preocupación por las armas de destrucción masiva de Saddam Hussein, a las autoridades estadounidenses y británicas también les preocupaba la violencia en un área que contiene un recurso indispensable para el funcionamiento de la economía mundial.

Lo que sí es un hecho es que muchos musulmanes no consideran que los atentados terroristas de organizaciones como al-Qaeda sean una opción razonable. Aunque no suele haber manifestaciones abiertas y masivas de musulmanes contra el radicalismo islámico, al menos en Internet hay varias organizaciones islámicas que condenan y expresan su abierto rechazo al radicalismo, entre ellos Fetullah Gülen, erudito turco del Islam y fundador del movimiento Hizmet, que en un editorial publicado en el Wall Street Journal el 28 de agosto de 2015 dijo: «No es justo culpar al Islam por las atrocidades de los radicales violentos. Pero cuando los terroristas se arropan con el manto musulmán, adoptan esta identidad, aunque sea sólo de nombre. Así, los creyentes deben hacer todo lo posible para evitar que este tipo de cáncer de metástasis en nuestras comunidades. Si no lo hacemos, seremos parcialmente responsables de la imagen manchada de nuestra fe».

Y algunos de los clérigos islámicos que rechazan que el terrorismo esté sancionado por el Corán (como afirman los radicales) son tachados de ser «títeres» comprados por Occidente.

El libro «Islam, cultura, religión y política de Juan José Tamayo cita el siguiente ejemplo de rechazo total a la «guerra santa», una declaración hecha por Mansur Escudero, presidente de la Junta Islámica de España:

«En el momento que algún musulmán pretenda utilizar el concepto de yihad para atacar civiles, está manipulando las palabras y engañando a sus correligionarios. Los terroristas no son musulmanes, y aún menos ortodoxos. En ninguna escuela jurídica de la historia del Islam acciones de este tipo han estado permitidas. Un atentado como los del 11 de marzo está tan lejos de los valores del Islam como pueda estarlo el budismo. Cualquier otra consideración está fuera de lugar».

Personalmente considero que la mayor parte de los integrantes de la comunidad de musulmanes no se decantan por la violencia como solución a los conflictos, y es por ello que quisiera cerrar con una cita del Corán que me parece que es la que mejor representa al Islam pacífico y respetuoso que es la segunda religión del mundo por número de adeptos:

Sura de la vaca (2):176:

«La virtud no consiste en volver el rostro hacia oriente u occidente, el que tiene virtud es el que cree en Allah, en el ultimo día, en los ángeles, en los libros y en los profetas, el que da de su riqueza a pesar del apego que siente por ella a los parientes, huérfanos, necesitados, hijos del camino, mendigos y para liberar esclavos, el que establece el salat (la oración) y entrega el zakat (da limosna), el que es fiel a los compromisos cuando los contrae, el paciente en la adversidad y en la desgracia, y en los momentos más duros de la lucha. Esos son los veraces y los temerosos de Allah».

* Algunas de las organizaciones estadounidenses que buscan esclarecer los hechos del 9/11 y que argumentan que los atentados podrían haber sido un montaje:

http://www.911truth.org/

http://pilotsfor911truth.org/

Bibliografía recomendada:
«La Yihad» de Gilles Kepel
http://es.scribd.com/doc/160468285/Kepel-Gilles-La-Yihad-Expansion-y-Declive-Del-Islamismo#scribd

Acerca de Giselle Habibi

Autora del libro Danza Oriental en Egipto, periodista, traductora, músico, bailarina y profesora de danzas del mundo árabe.
Esta entrada fue publicada en actualidad, economía, geopolítica y etiquetada , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , . Guarda el enlace permanente.

4 respuestas a La yihad islámica: mitos y realidades

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  4. María dijo:

    Excelente artículo. Es el ser humano y su ansia de poder y riquezas lo que desafortunadamente mueve nuestro mundo. Deseo que no llegue la ocasión en la que un humano loco apriete un botón y acabe con todo. Que hagan uso de la razón -eso que caracteriza a los humanos- y modifiquen su conducta para buscar siempre el bien.

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