La rebelión mundial y las elites de la «clase capitalista trasnacional»

España, Túnez, Chile, Egipto, Estados Unidos, Siria, Grecia. 2011 fue el año de las manifestaciones populares. La gente despertó de su letargo, se percató de su poder colectivo y se atrevió a salir a la calle a exigir un cambio.

El siguiente editorial de William Robinson* para Al Jazeera habla sobre la reacción de los gobiernos a esta “rebelión mundial” y hace un agudo análisis de las crisis económicas y los métodos utilizados por las «elites» para lograr su voraz acumulación de capital.

«Conforme la crisis del capitalismo mundial se sale de control, los poderes que conforman el sistema mundial parecen estar a la deriva y ser incapaces de proponer soluciones viables. Desde el asesinato de docenas de jóvenes manifestantes por el ejército en Egipto hasta la brutal represión del movimiento Occupy Wall Street en Estados Unidos y los cañones de agua utilizados por la policía militarizada en Chile contra estudiantes y trabajadores, los estados y las clases gobernantes son incapaces de contener la marea de la rebelión popular mundial, por lo que recurren a una represión cada vez más generalizada.

En resumidas cuentas, ya no es posible contener las inmensas desigualdades estructurales de la economía política mundial mediante mecanismos consensuados de control social. Las clases gobernantes han perdido legitimidad; estamos presenciando una desintegración de la hegemonía de la clase gobernante a escala mundial.

Para entender lo que está ocurriendo en esta segunda década del nuevo siglo necesitamos ver el panorama más amplio en su contexto histórico y estructural. Las elites mundiales deseaban y esperaban que la “Gran Depresión” que comenzó con la crisis inmobiliaria (de Estados Unidos) y el colapso del sistema financiero mundial en 2008 constituiría una desaceleración cíclica que podría resolverse mediante rescates estatales y paquetes de estímulo. Sin embargo, se ha vuelto evidente que esta es una crisis estructural. Las crisis cíclicas son recurrentes en el sistema capitalista; suelen producirse una vez cada década y normalmente duran de 18 meses a dos años. Hubo recesiones mundiales a principios de los años de 1980, a principios de los años 1990 y a principios del siglo XXI.

Las crisis estructurales son más profundas, y su resolución requiere una reestructuración fundamental del sistema. Crisis estructurales mundiales previas de los años 1890, 1930 y 1970 se resolvieron mediante una reorganización del sistema que produjo nuevos modelos de capitalismo. “Resolución” no significa que los problemas que encara la mayor parte de la humanidad bajo el capitalismo se resolvieron, sino que en cada caso la reorganización del sistema capitalista superó los límites para retomar la acumulación de capital a escala mundial. La crisis de 1890 se resolvió mediante la exportación de capital y una nueva ronda de expansión imperialista, en el corazón del capitalismo mundial. La Gran Depresión de los años 1930 se resolvió mediante la adopción de variantes de la democracia social tanto en el norte como en el sur: un capitalismo de beneficencia, populista o “desarrollista” que incluyó un proceso de redistribución, la creación de sectores públicos y la regulación estatal del mercado.

Globalización y la crisis estructural actual

Para entender la actual coyuntura, necesitamos regresar a los años 1970. La etapa de globalización del capitalismo mundial en la que nos encontramos evolucionó a partir de la respuesta de ciertos agentes a estos episodios previos de crisis, en especial, a la crisis de 1970 de la democracia social, o puesto en términos más técnicos, del Fordismo-Keynesianismo, o capitalismo redistributivo. Ante esa crisis, el capital se volvió mundial como una estrategia de la Clase Capitalista Trasnacional emergente y sus representantes políticos para reconstituir el poder de su clase liberándose de los límites impuestos por las naciones-estado a la acumulación. Se impusieron estos límites al capital, conocidos como “transigencia de clases”, durante décadas de luchas de las masas alrededor del mundo por las clases trabajadoras y populares de cada país. Sin embargo, en los años de 1980 y 1990, las elites con tendencia mundialista se hicieron con el poder del estado en la mayoría de los países alrededor del mundo, y utilizaron ese poder para imponer una globalización capitalista mediante el modelo neoliberal.

La globalización y las políticas neoliberales abrieron nuevas y vastas oportunidades para la acumulación trasnacional en los años de 1980 y 1990. La revolución informática y otros avances tecnológicos ayudaron al capital trasnacional emergente a lograr importantes avances en productividad y a reestructurar, “flexibilizar” y recortar la mano de obra en todo el mundo.

Esto a su vez redujo los salarios los apoyos sociales y facilitó una transferencia de los ingresos al capital y a los sectores de alto consumo alrededor del mundo que proporcionaron nuevos segmentos de mercado que impulsaban el crecimiento. En resumen, la globalización permitió una amplia e intensiva expansión del sistema y desencadenó una frenética nueva ronda de acumulación en todo el mundo que compensó la crisis de los años de 1970 de decrecientes ganancias y oportunidades de inversión.

Sin embargo, el modelo neoliberal también ha producido una polarización social sin precedentes a nivel mundial. En el siglo XX, una feroz lucha de clases y social logró imponer cierto control social sobre el capital. Las clases populares, en distintos grados, lograron obligar al sistema a vincular lo que llamamos la producción social a la acumulación de capital. Sin embargo, la globalización ha producido una separación de la lógica de acumulación de la reproducción social, y en consecuencia un crecimiento sin precedentes en la desigualdad social y una intensificación de las crisis de supervivencia para miles de millones de personas alrededor del mundo.

Los efectos empobrecedores desencadenados por la globalización han generado conflictos sociales y crisis políticas que al sistema le resulta cada vez más difícil de contener. El eslogan «somos el 99%» surge de la realidad de que las desigualdades mundiales y la pauperización se han intensificado enormemente desde que comenzó la globalización capitalista en los años de 1980. En las últimas décadas, grandes sectores de la humanidad han experimentado una movilidad totalmente a la baja. Incluso el Fondo Monetario Internacional se vio obligado a admitir en un informe del 2000 que «en las décadas recientes, casi un quinto de la población mundial ha sufrido un retroceso. Éste podría ser uno de los mayores fracasos económicos del siglo XX».

La polarización social mundial intensifica el problema crónico de la acumulación excesiva. Esto se refiere a la concentración de riqueza en cada vez menos manos, de tal manera que el mercado mundial es incapaz de absorber la producción mundial y el sistema se estanca. A los capitalistas trasnacionales les resulta cada vez más difícil deshacerse de su creciente y recargado superávit; no logran encontrar lugares para invertir su dinero a fin de generar nuevas ganancias, por lo que el sistema entra en una recesión o algo peor. En los últimos años, la clase capitalista transnacional ha recurrido a la acumulación militarizada, la especulación financiera desenfrenada e incluso a la expoliación de las finanzas públicas para sustentar la generación de ganancias de cara a la acumulación excesiva.

Aunque la ofensiva del capital transnacional en contra de las clases trabajadoras y populares de todo el mundo se remonta a la crisis de los años de 1970, y su intensidad ha aumentado desde entonces, la Gran Recesión de 2008 constituyó en varios sentidos un punto de inflexión. Conforme la crisis se propagó generó las condiciones para nuevas rondas de austeridad brutal en todo el mundo, una mayor flexibilización de la mano de obra, un fuerte incremento en el desempleo y el subempleo, etc.

El capital financiero trasnacional y sus agentes políticos utilizaron la crisis mundial para imponer una austeridad brutal e intentar desmantelar lo que queda de los sistemas de beneficencia y bienestar social en Europa, Norteamérica y otras partes del mundo con el propósito de obtener un mayor valor de la mano de obra, directamente mediante una explotación más intensa e indirectamente mediante finanzas del estado. El conflicto social y político escaló alrededor del mundo después de los sucesos de 2008.

No obstante, el sistema no ha podido recuperarse y, por el contrario, se ha sumido más en el caos. Las elites mundiales no pueden controlar las contradicciones explosivas. ¿Acaso el modelo neoliberal del capitalismo está entrando en una etapa terminal? Es crucial entender que el neoliberalismo es sólo un modelo del capitalismo mundial, por lo que decir que el neoliberalismo podría estar en una crisis terminal no equivale a decir que el capitalismo mundial se encuentra en una crisis terminal. ¿Es posible que el sistema responda a la crisis y la rebelión masiva mediante una nueva reestructuración que lleve a un modelo distinto de capitalismo mundial, quizá un Keynesianismo mundial que involucre una redistribución trasnacional y una regulación trasnacional del capital financiero? ¿Acaso se impondrá a las fuerzas rebeldes un nuevo orden capitalista reformado?

¿O acaso nos dirigimos hacia una crisis sistémica? En una crisis sistémica, la solución requiere el fin del sistema mismo, ya sea mediante su anulación y la creación de un sistema completamente nuevo o mediante el colapso del sistema. El que una crisis estructural se vuelva sistémica o no depende de la respuesta de ciertas fuerzas sociales y de clases a los proyectos políticos que presenten, así como a factores de contingencia que no se pueden prever con antelación y a condiciones objetivas. En este momento es imposible predecir el resultado de la crisis. Sin embargo, hay algunas cosas claras en la coyuntura mundial actual.

Primero, aunque esta crisis comparte varios aspectos con crisis estructurales del pasado de los años de 1930 y 1970, también existen características únicas de la crisis actual:

El sistema está llegando rápidamente a los límites ecológicos de su reproducción. Encaramos el espectro real de un agotamiento de los recursos y catástrofes ambientales que amenazan con producir un colapso del sistema.

La magnitud de los medios de violencia y control social no tiene precedente. Las guerras informáticas, los aviones no tripulados, las bombas capaces de reventar bunkers y otras capacidades han transformado las guerras. La guerra se ha vuelto algo normal para quienes no son víctimas directas de la agresión armada. Tampoco tiene precedente la concentración del control sobre los medios masivos, la producción de símbolos, imágenes y mensajes en las manos de capital trasnacional. Hemos llegado a la sociedad de vigilancia panóptica y un control Orwelliano de los pensamientos.

Estamos llegando a los límites de una e expansión extensiva del capitalismo, en el sentido de que ya no hay nuevos territorios importantes que puedan ser integrados al capitalismo mundial. El proceso de desruralización está muy avanzado, y la explotación de la provincia y de los espacios precapitalistas y no capitalistas se ha intensificado. La expansión intensiva está llegando a niveles que no se habían visto antes. Como en el caso de una bicicleta, el sistema capitalista necesita expandirse continuamente o de lo contrario se colapsa. ¿Hacia dónde puede expandirse el sistema ahora?

Ha aumentado la población «excedente», que habita un planeta de barrios bajos, excluidos de la economía productiva, marginalizados y sujetos a sofisticados sistemas de control social y crisis de supervivencia, un ciclo mortal de desposesión, explotación y exclusión. Esto incrementa de nuevas maneras los peligros de un fascismo del siglo XXI y nuevos episodios de genocidio para contener la masa de humanidad excedente y su rebelión real o potencial.

Existe una desconexión entre una economía en proceso de globalización y una nación-estado basado en un sistema de autoridad política. Los aparatos de estado trasnacionales son incipientes, y no han podido desempeñar el papel que los científicos sociales conocen como «hegemón», o una nación estado que tiene suficiente poder y autoridad para organizar y estabilizar el sistema. Las naciones- estado no pueden controlar una economía mundial desenfrenada y los estados encaran crecientes crisis de legitimidad política.

En segundo lugar las elites mundiales son incapaces de presentar soluciones. Parecen estar políticamente quebradas y ser incapaces de controlar el curso de los sucesos que acontecen ante ellas. Se critican mutuamente y han demostrado estar divididas en el G-8, el G-20 y otros foros, y parecen estar paralizadas e indispuestas a retar el poder y las prerrogativas del capital financiero trasnacional, la fracción hegemónica del capital a escala mundial y la fracción más rapaz y desestabilizadora.

Aunque los aparatos estatales nacionales y trasnacionales no ha logrado intervenir para imponer reglas al capital financiero mundial, sí han intervenido para imponer los costos de la crisis a los trabajadores. Las crisis de presupuesto y fiscales que supuestamente justifican recortes en el gasto y austeridad son artificiales. Son consecuencia de la falta de disposición o incapacidad de los estados para hacer frente al capital, así como de su disposición a transferir la carga de la crisis a las clases trabajadoras y populares.

En tercer lugar no habrá un resultado rápido al creciente caos mundial. Vamos rumbo a un periodo de conflictos importantes y grandes convulsiones. Como dije antes, un peligro es que surja una respuesta neofascista para contener la crisis. Encaramos una guerra del capital contra todos. Tres sectores del capital transnacional se destacan en particular como los más agresivos y propensos a buscar acuerdos políticos neofascistas para lograr la acumulación por la fuerza conforme la crisis continúa: el capital financiero especulativo, el complejo militar, industrial y de seguridad y el sector de extracción y energía. La acumulación de capital en la industria militar, industrial y de seguridad depende de los conflictos sin fin y la guerra, incluso las guerras contra el terrorismo y las drogas, así como de la militarización del control social. El capital financiero trasnacional depende de asumir el control de las finanzas estatales y de imponer deuda y medidas de austeridad a las masas, algo que a su vez sólo puede lograrse mediante una creciente represión. Y las industrias de extracción dependen de nuevas rondas de despojo violento y degradación ambiental alrededor del mundo.

En cuarto lugar, las fuerzas populares en todo el mundo han actuado más rápido de lo que nadie podría imaginar, pasando de una actitud defensiva a una ofensiva. En 2011 la iniciativa pasó claramente de la elite trasnacional a las fuerzas populares. El gigante de la globalización capitalista en los años de 1980 y 1990 revirtió la correlación de las fuerzas sociales y de clases en todo el mundo a favor del capital trasnacional. Aunque la resistencia continuó alrededor del mundo, las fuerzas populares se encontraban desorientadas y fragmentadas en esas décadas, y orilladas a una postura defensiva en el apogeo del neoliberalismo. Entonces los sucesos del 11 de septiembre de 2001 permitieron a la elite trasnacional, bajo el liderazgo de Estados Unidos, sustentar su ofensiva militarizando la política mundial y extendiendo los sistemas de control social represivo en el nombre del combate al terrorismo.

Ahora todo esto ha cambiado. La revuelta mundial que se está produciendo ha cambiado todo el panorama político y los términos del discurso. Las elites mundiales están confundidas, reactivas y se hunden en el atolladero que ellas mismos provocaron. Es notable que quienes luchan alrededor del mundo han demostrado un fuerte sentido de solidaridad y se encuentran en contacto entre continentes. De la misma manera que levantamiento egipcio inspiró al movimiento US Occupy, éste último fue la inspiración para una nueva ronda de lucha masiva en Egipto. Lo que queda es extender la coordinación trasnacional y pasar a programas coordinados a nivel trasnacional. Por otro lado, el «imperio del capitalismo mundial» definitivamente no es un tigre de papel. Conforme las elites mundiales se reagrupan y evalúan la nueva coyuntura y la amenaza de una revolución mundial masiva, organizarán, y ya han empezado a hacerlo, una represión coordinada masiva, nuevas guerras e intervenciones y mecanismos y proyectos de cooptación en sus esfuerzos por restaurar la hegemonía.

En mi opinión, la única solución viable a la crisis del capitalismo mundial es una redistribución masiva de la riqueza y el poder hacia la mayoría pobre de la humanidad, siguiendo la línea de un socialismo democrático del siglo XXI en el que la humanidad ya no esté en guerra con sí misma y con la naturaleza».

* William I. Robinson es profesor de sociología, estudios mundiales y estudios latinoamericanos en la Universidad de California en Santa Bárbara. Su libro más reciente es «Latin America and Global Capitalism«.

Acerca de Giselle Habibi

Autora del libro Danza Oriental en Egipto, periodista, traductora, músico, bailarina y profesora de danzas del mundo árabe.
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